Yo canto al varón pleno,
al triunfador del mundo y de sí mismo
que al borde -un día y otro- del abismo
supo asomarse impávido y sereno.
Canto sus cicatrices
y el rubricar del caracol centauro
humillando a rejones las cervices
de la hidra de Tauro.
Canto la madurez acrisolada
del fundador del hierro y del cortijo.
Canto un nombre, una gloria y una espada
y la heredad de un hijo.
Yo canto a Juan Belmonte y sus corceles
galopando con toros andaluces
hacia los olivares quietos, fieles,
y -plata de las tardes de laureles-.
Canto un traje –bucólico- de luces.
Gerardo Diego