El sacerdote asirio, el triste artista
que ha de picar, sobre el jamelgo escuálido,
con la lanza en la mano espera, pálido,
que el fiero bruto bramador le embista.
En el gentío enorme está su vista
como perdida; es un centauro inválido
y grotesco: cirial que funde el cálido
bochorno de la tarde de ... leer más